Los primeros datos contrastables sobre la existencia de industria vinícola en Madrid, datan del siglo XIII. Tras la retirada de los íberos, pasaron por la región los cartagineses y romanos, dos pueblos que incluían el vino como elemento de su dieta.
Los vinos madrileños llegan al siglo XV con un halo de prestigio. Hay múltiples testimonios del aprecio que tenían los vinos elaborados en la propia ciudad, que eran "exportados" a otras localidades. Los vinos consumidos durante el reinado de Felipe IV procedían, sobre todo, de los alrededores de Madrid.
Tenía fama el vino de Valdemoro, pero los más prestigiosos seguían siendo los "vinos preciosos" de San Martín, a los que se habían unido los de Cadalso, Pelayos y Cebreros. En la zona de Navalcarnero existía una cierta actividad vinícola, localizada al sur en viñedos de El Álamo y Navalcarnero. Madrid llega al siglo XX con más de 60.000 hectáreas de viñedo, pero en 1914 se detecta la primera filoxera en San Martín de Valdeiglesias. La plaga se extiende rápidamente, arruinando el viñedo madrileño y provocando un cambio sustancial en sus vinos.
La recuperación es lenta y se hace con variedades foráneas, en especial Garnacha. Pero la verdadera recuperación no se produciría hasta los años cincuenta, con la implantación masiva de variedades seleccionadas por su rendimiento cuantitativo y grado de alcohol, con predominancia de Garnacha en las zonas de Navalcarnero y San Martín y de Airén en Arganda. En esta época surgen la mayor parte de las cooperativas. Los polígonos industriales y la conversión de los pueblos en ciudades-dormitorio acaban con los vinos de muchos de ellos. A finales de los años setenta desciende el consumo de vinos, sobre todo el comercializado a granel que tanta salida daba a la producción y se impone la renovación del sector.
Son necesarias costosas inversiones para rejuvenecer los viñedos, recuperar las variedades de uva y actualizar los criterios de elaboración. Los ochenta marcan un cambio espectacular en el panorama vinícola español, al que el vino de Madrid no permanece ajeno. La historia de lo que podríamos denominar el nuevo vino de Madrid arranca en 1984, con el reconocimiento de la Denominación Específica Vinos de Madrid. Un fuerte impulso al embotellado en origen no tardaría en llegar y, con él, las consecuentes mejoras en la calidad de los vinos. Algunas marcas madrileñas comienzan a ser reconocidas por la crítica y consideradas entre los mejores vinos de España. Por fin, en noviembre de 1990 queda reconocida oficialmente la
Denominación de Origen Vinos de Madrid. Al siguiente año, ya están en el mercado las botellas con la contra-etiqueta de Vinos de Madrid y desde enero de 1992 se comienzan a comercializar los primeros vinos de crianza. La última década del siglo XX ha sido crucial para la consolidación, y los vinos de Madrid compiten en las cartas de los mejores restaurantes.
Por tanto, el vino de Madrid deberá situarse convenientemente para reafirmar su sitio entre los mejores vinos del país y recuperar el prestigio que ostentaron tiempo atrás.